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Una socia de ASAVI de 20 años, relata su experiencia personal con su padre afectado de esquizofrenia

 

Mis primeros pasos

Tenía apenas un año cuando se instaló en nuestra vida esta desconocida enfermedad que desbarata la personalidad de quien la sufre. Es como un desconcierto, no sabes qué le pasa, está raro, muy nervioso, irascible, no sabes cómo ayudar… él tampoco se deja porque no reconoce que está enfermo, pero es una característica natural de ellos; hasta que por causas evidentes te ves en la necesidad de pedir ayuda a los profesionales que sepan guiarle en este profundo abismo. Transcurren los días, van pasando los años, yo voy creciendo…

La enfermedad va haciendo mella en nosotras. Yo no tengo recuerdos felices de cuando era pequeña junto a mi padre, no recuerdo un abrazo, un beso con sentimiento o incluso un simple “Te quiero” que me saque una sonrisa durante el resto del día. La falta de felicidad, estrés y angustia constantes, cansancio psicológico, entre otras cosas, eran pan nuestro de cada día; y lo primero que se nos pasa por la cabeza es hasta cuándo podríamos aguantar esta dura situación.

Él sigue sin medicarse; tienes la sensación de que esto se complica cada vez más y se te va de las manos, pasando las noches en vela como consecuencia. Él oye voces mientras desconfía de todo el mundo echando la vista atrás, desprecia nuestros consejos, nos ningunea y lo más duro, después de tanto tiempo, nos pierde el respeto y cosas más graves tan dolorosas que me siento incapaz de detallarlas.

Yo muchas veces era ajena a esta situación, ya que mi madre me intentaba proteger, pero de todos modos es algo muy desagradable para una niña que está en pleno desarrollo. Mi madre buscó ayuda de todas las maneras posibles, encontró una mano en una asociación para familiares de enfermos mentales. Gracias a los consejos de una maravillosa psicóloga y al tremendo valor de mi madre, consiguió a base de mucho esfuerzo salir airosa de esa terrible vivencia. Un juez concedió el divorcio, ahora vivimos las dos juntas.

Con los años y la madurez que me ha brindado la vida por las adversidades, he comprendido que él no es tan malo como parecía ser; él era una víctima de su enfermedad.

Me he interesado por su vida antes de la enfermedad, he preguntado a su familia para tener una idea de cómo era él antes de conocernos. Todo lo que me han contado es realmente bueno: él era y es una persona extraordinariamente inteligente, estudió ingeniería informática, lleva muchos viajes a las espaldas, algunos de ellos hasta en bicicleta, tuvo una época en la que fue vegetariano, se independizó muy joven y se planchaba la ropa, algo que cuando me lo contaron me parecía impensable. Es una pena no haber conocido su verdadera esencia, pero me alegra saber que en un tiempo pasado fue feliz y disfrutó de la vida antes de sus duras circunstancias.

Actualmente, le están tratando en un centro al que acude todos los días, está junto con personas iguales que él. Juegan, hacen actividades deportivas, visitas culturales, excursiones…

Está mucho más tranquilo porque ahora le obligan a tomar la medicación, aunque después de tantos años, su paranoia está enquistada, ya no se puede hacer nada, es algo crónico.

Ahora le noto contento y está más integrado en la sociedad. Mi relación con él actualmente es cordial, viene a visitarme todos los domingos y comemos juntos. Hablamos de muchas cosas que nos interesan a ambos y tengo la sensación de haberme reconciliado con él. Con esta enfermedad vas involucionando poco a poco y es como si se hubiese convertido en un niño, por eso me inspira mucha ternura y ahora por fin puedo decir que me hace sonreír.